Me gusta pensar en la montaña, cuando siento esta especie de "añoranza y desolación", son apenas segundos que tienes para no perder la consciencia y que los pensamientos no te arrastren, no entiendo como en cuestión de segundos puedes ver todo cuesta abajo, todo en pasado, todo gris, y hay una línea tan diminuta entre sentir las emociones, dejarlas ser y darles en espacio para que estén, y otro para que te sumerjan en un estado de tristeza, en el cual la concentración está anclada a lo que hoy no tienes, perdistes o no hiciste, me lleno de rabia por lo no hecho, por lo fácil que era, por aquello que estaba a tan solo un "recordatorio", la postergación me sumerge en más rabia, y es que la intensidad de emociones tienen la capacidad de sacudir y armar una marea; entonces, respiro, una, respiro, dos, respiro, tres, y se me vino un mantra súper bonito "Confío en la vida, como confío en mi respiración", y la repito, y repito, igual hay rabia, pera ya no está fuera de control, y recuerdo como a veces en medio de las caminatas se siente el cansancio, pero llega un punto en que estás arriba y todo se ve perfecto.
Una sensación agridulce de agradecimiento, por un lado quisiera expresarlo a todo pulmón, y por el otro, solo hay cabida para el rencor y enojo; me imagino, cuáles hubieran sido mis circunstancias actuales sin esa mano tendida y sin esas palabras alentadoras… Y luego llegan pensamientos que hacen resonancia a un popular refrán, lo que hacemos con las manos, a veces lo vamos borrando con el codo.
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