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La vida sigue, y que bueno; gracias a Dios.

 La fe que la vida tiene en nosotros o quizás su sabiduría frente a la naturaleza humana, es la evidencia perfecta de porqué como garantía de vivirla, el tiempo ante nada se detiene, sin importar el tamaño de felicidad o de tristeza, de alegría o llanto, la vida sigue, la vida transcurre y el tiempo con ella, esa es la forma en que el gran Cosmo nos ayuda a seguir viviendo, la generosidad de Dios y de la Pachamama está plasmada en que por nada la vida pone pausa, imagina que ante esos momentos en donde no se pude más, la vida luego de escuchar tantas súplicas decidiera ceder y parar todo, quizás justo para ti, pero para quien espera el mañana, para quien no puede esperar por ver crecer la semilla que plantó ayer, o para aquellos que llevan días, meses o años esperando el reencuentro, o para quienes solo necesitan que pasen unas cuantas horas para gritar libertad; más sin embargo, podemos imaginar que la vida y su sapiencia pueden hacer que el tiempo solo se detenga para el que implora por un tiempo fuera, el verdadero peligro es que quizás el dolor nunca se ira, por qué solo el tiempo le da otra forma, y aunque me gustaría decirlo, no siempre es en mejora, habrá si, golpes que no necesitan mucho atención, que por si solos se van sanando, aunque no los atiendas, algo así como esos raspones que en nuestra niñez tenemos al caer mientras jugamos, la diversión y euforia es tanta que no hay mucho que ver en la rodilla que ha rozado con el piso, mientras en otras ocasiones no hay forma que sanemos sino es con ayuda, atención, curación, limpieza, sanación y reposo, y para que todos estos procesos se lleven a cabo, deben estar subidos en el barco de los segundos, no es posible avanzar sin tiempo, entonces, mientras menos atención y más tiempo pase, podría empeorar, y hay que aceptar que a veces el dolor no tarde en convertirse en sufrimiento, entonces, menos mal que el tiempo no se detenga, pues hasta los buenos ratos se disfrutaran más, y podemos revivir esa emoción de jugar con toda la vehemencia del planeta, como cuando en el parqué tu papá te decía solo un ratito más, o tu mamá te enviaba a comprar esos helados al escuchar el carrito de Golositos pasar por tu casa.

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